En un escenario donde las organizaciones enfrentan demandas cada vez más acuciantes por cambios profundos y una mayor sensibilidad hacia sus públicos internos y externos, el liderazgo femenino emerge como una fuerza transformadora indispensable. Estudios dirigidos por Alice Eagly, profesora emérita de psicología en la Universidad Northwestern y pionera en la investigación del liderazgo de las mujeres, demostraron que las mujeres líderes tienden a personificar lo mejor de la organización y a inspirar a otros a seguir su visión y misión.

La Asociación Americana de Psicología Social coincide: en un artículo reciente, sostiene que cuando más mujeres están empoderadas para liderar, todos se beneficiarán. «Décadas de estudios muestran que las mujeres líderes ayudan a aumentar la productividad, mejorar la colaboración, inspirar la dedicación organizacional y mejorar la equidad«.

Sin embargo, esta realidad se enfrenta a una notable contradicción: mientras las evidencias respaldan el aporte positivo del liderazgo femenino, el ritmo de avance de las mujeres en alcanzar posiciones de liderazgo sigue siendo lento.

«Incluso en 2023, las mujeres todavía enfrentan desafíos a su autoridad y éxito que son mayores que los que enfrentan sus homólogos masculinos», destacó Eagly.

Los resultados de las investigaciones de Eagly son consistentes con el dato de que aún existe una brecha significativa en la representación de mujeres en puestos directivos. Pese a que, según la OIT, las mujeres representan el 40% del empleo total, y constituyen el 57% de quienes trabajan a tiempo parcial, solo el 10% de las empresas Fortune 500 están dirigidas por mujeres.

Esta discrepancia adquiere una relevancia aún mayor en el contexto actual, donde las empresas son presionadas para operar con propósito y responsabilidad. La demanda por una cultura organizacional más inclusiva, empática y colaborativa se volvió imperativa, y es aquí donde el liderazgo femenino encuentra su razón de ser.

Este no es simplemente un problema coyuntural. La capacidad del liderazgo femenino para satisfacer las demandas actuales no se limita a una moda pasajera, sino que se basa en la percepción de que, por referencia a aspectos arraigados profundamente en la cultura y la evolución organizacional, la mujer posee atributos únicos que la hacen especialmente apta para liderar el cambio hacia una cultura más feminizada en las organizaciones.

Estamos hablando, entre otros, de la empatía y su capacidad de lectura de relaciones y emociones. Son atributos que, en general, ponen en juego una capacidad especial de percepción y captura de otras dimensiones de la realidad, basadas en su disposición a maternar, entendida no como la mera maternidad biológica, sino como una actitud de cuidado y atención hacia los demás, presente tanto en hombres como en mujeres.

Estos rasgos no solo son valiosos en sí mismos, sino que también se alinean perfectamente con las demandas actuales de empresas abiertas, empáticas y comprometidas con su propósito.

Quiero ser más claro y, si es posible, contundente: en un mundo donde las organizaciones se ven desafiadas por un entorno cambiante y exigente, emerge la necesidad de integrar más feminidad en el ámbito empresarial. ¿Por qué? Porque estamos transitando hacia una economía de la experiencia, donde el registro de lo humano y lo emocional se vuelve fundamental, y las mujeres, con su capacidad inherente de empatía y sensibilidad, están posicionadas de manera única para liderar este cambio.

La empatía, en particular, es un rasgo fundamental del liderazgo femenino. Las mujeres, con su capacidad de entender y considerar los sentimientos y necesidades de los demás, pueden construir relaciones más sólidas y colaborativas en el entorno laboral.

Esto se refleja en estudios que demuestran que los equipos con una mayor presencia de mujeres tienden a ser más productivos y cohesionados. En dos investigaciones realizadas con 699 personas, la psicóloga organizacional Anita Williams Woolley, PhD, y sus colegas examinaron grupos de trabajo de dos a cinco personas y descubrieron que la proporción de mujeres en un grupo estaba fuertemente relacionada con la inteligencia colectiva del grupo, que es su capacidad para trabajar juntos y resolver una amplia gama de problemas. Los grupos con más mujeres exhibieron una mayor igualdad en los turnos de conversación, lo que permitió aún más que los miembros del grupo respondieran entre sí e hicieran el mejor uso de los conocimientos y habilidades de los miembros. La conclusión fue que la colaboración en equipo mejora enormemente con la presencia de mujeres en el grupo, un efecto que se explica principalmente por los beneficios de las mujeres en los procesos grupales.

Así, el liderazgo femenino se destaca también por su capacidad única para liderar en red y adoptar un enfoque en base a lo que llamo un concepto cúbico del liderazgo, es decir de aquel liderazgo que parte de la noción de que, hoy en día, liderar es liderar líderes que, a su vez, lideran líderes. Parece un juego de palabras, pero considero fundamental comprenderlo así, literal.

Las mujeres tienden a tener un registro más profundo de las relaciones y los vínculos, lo que les permite anticipar movimientos en la red y prestar atención a los mapas de relación en el entorno laboral. Esta habilidad para comprender y navegar las complejas dinámicas de poder y política en las organizaciones no debe alimentar el prejuicio machista acerca de una presunta debilidad de la mujer en abstracto sino, al contrario, entenderla como el resultado de una fortaleza producto de una experiencia en la que ha debido sortear más obstáculos que el hombre para ascender.

Las mujeres tienden a tener un registro más profundo de las relaciones y los vínculos, lo que les permite anticipar movimientos en la red y prestar atención a los mapas de relación en el entorno laboral.

Cuando se masculiniza, la mujer se debilita, ya que, en realidad, pierde ese atributo diferencial. Cuando me encuentro con mujeres plantadas en su ´feminidad’ es mucho más interesante; es muchísimo más complementario porque traen a la mesa cosas que a los hombres se nos pasan. De cómo está el otro, de qué pasa en determinada relación, cómo se sienten, de pensar hasta en las texturas, los climas y los ambientes de ciertos encuentros, reuniones, eventos; o sea, son tremendamente más perceptivas. Por eso, cuando se masculiniza la mujer en el ámbito del trabajo, eso se pierde, se pone muy orientada la tarea solo al resultado.

La sensibilidad hacia la dimensión informal de las relaciones laborales también distingue al liderazgo femenino. Las mujeres tienden a tener un mayor registro de la cultura organizacional y las redes informales dentro de las empresas. Esto les permite obtener información valiosa y tomar decisiones más informadas sobre lo que realmente está ocurriendo o están sintiendo ciertas personas o grupos de interés ante determinadas decisiones. Esta sensibilidad hacia la dimensión informal, social, que hace a la organización real, es esencial para construir un ambiente de trabajo saludable y productivo.

Además, la colaboración y la conexión interpersonal son elementos centrales del liderazgo femenino. Las mujeres tienen la capacidad de conectar a personas afines y facilitar el contacto entre individuos que pueden complementarse mutuamente. En este sentido, muchas veces juegan un rol conector (o de broker cómo se lo nombra en la terminología de redes organizacionales) entre personas que es tremendamente útil.

Las mujeres tienen la capacidad de conectar a personas afines y facilitar el contacto entre individuos que pueden complementarse mutuamente.

El tema de la salud mental emerge como un enorme desafío en el entorno laboral contemporáneo. La presión, el estrés y el síndrome del burnout son problemas cada vez más frecuentes. En este sentido, los rasgos distintivos del liderazgo femenino, como la sensibilidad, la escucha activa y la empatía, adquieren una relevancia aún mayor. Las mujeres, con su potencial cultural innato para comprender y cuidar de los aspectos humanos de sus colaboradores, están mejor posicionadas para abordar y mitigar los desafíos de la salud mental en las organizaciones.

Sin embargo, es importante destacar que las mujeres tampoco están exentas de sufrir los efectos negativos del estrés laboral y la presión corporativa. Muchas mujeres han renunciado a su salud en aras de avanzar en sus carreras profesionales, enfrentándose a desafíos similares a los de sus colegas masculinos. Si bien las mujeres pueden tener una mayor predisposición hacia el cuidado y la atención a los aspectos humanos de la organización, esto no garantiza que estén protegidas de los impactos negativos del ambiente laboral.

El enfoque hacia la diversidad, tanto de género como de cualidades y habilidades individuales, se vuelve fundamental en este contexto.

El movimiento hacia un liderazgo más femenino y una cultura organizacional más inclusiva es irreversible. Esto implica no solo incorporar más mujeres en posiciones de liderazgo, sino también valorar la diversidad de perspectivas y habilidades entre todos los miembros del equipo. Se trata, inclusive de considerar más seriamente el desarrollo o despliegue de aspectos “más femeninos” en la sensibilidad y acción de los hombres en la empresa para propender a un desarrollo personal y organizacional más rico y complejo.

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    *El autor de la columna es Mariano Barusso, experto en transformación estratégica, cultura organizacional y expansión del liderazgo. Creador del Método CEO® y del concepto de Liderazgo Cúbico®. Fundador y CEO de Asertys.

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